El patrón de consumo de drogas ha ido cambiando en el tiempo pues si hace unas décadas el consumo de drogas (especialmente, alcohol y tabaco) se circunscribía a la población masculina adulta, a medida que las desigualdades de género han ido reduciéndose, las mujeres han empezado a adquirir hábitos de consumo de sustancias similares a los de los varones. Aún así, el consumo de drogas (alcohol, tabaco y drogas ilegales) sigue siendo más frecuente en los hombres que en las mujeres, salvo por lo que respecta al uso de tranquilizantes. Las diferencias entre sexos, no obstante, se van estrechando, como decíamos antes, a medida que analizamos población más joven.
Pese a que las mujeres consumen menos drogas que los hombres, son más vulnerables a sus efectos y se apunta que tienen mayores dificultades que los varones para iniciar tratamientos para la adicción a sustancias. Además, una vez vencen las resistencias a pedir ayuda, su evolución de su adicción suele ser peor que la de los hombres. Las motivaciones que llevan al consumo así como el impacto biológico, psicológico y social de las drogas son también diferente entre sexos.
Cuando se analizan los datos de programas para médicos del ámbito anglosajón, las mujeres representan menos del 20% de los pacientes atendidos. El perfil clásico de las mujeres que piden ayuda es el de mujer joven, que vive sola, que expresa su demanda en términos de malestar subjetivo y que suele presentar junto a la adicción un problema afectivo (generalmente, un cuadro depresivo) concomitante. Sin embargo, no se observan diferencias en cuanto a la evolución y pronóstico del cuadro. Estos resultados deben analizarse teniendo en cuenta las diferencias en la filosofía de los programas anglosajones (especialmente, los estadounidenses) para los que la garantía de una praxis profesional segura pasa no tanto por redoblar los esfuerzos en la promoción voluntaria de ayuda sino en detectar y tratar los casos con riesgo para la praxis.